¿La felicidad se puede medir?
La felicidad es desde hace siglos un tema que ha despertado el interés de filósofos y pensadores, y en los últimos años, también el interés de científicos. Uno de los elementos que caracterizan a la ciencia es la necesidad de medir lo que quieren estudiar. Por eso, medir la felicidad se convirtió hace unos años en un objetivo prioritario para muchos investigadores.
Medir la felicidad de una persona es igual de sencillo que medir su inteligencia o su personalidad. Pero eso no quiere decir que sea fácil. Todo lo contrario, ya que medir la inteligencia o la personalidad ha sido una tarea también bastante complicada que ha llevado décadas de investigación a multitud de psicólogos.
La dificultad más importante proviene de la definición. Por ejemplo, hay muchas posibles definiciones de inteligencia. Si alguien nos pregunta qué es la inteligencia, podríamos dar la misma respuesta que dio Percy Bridgman hace ya varias décadas: “Inteligencia es lo que miden los test de inteligencia”. Es decir, no es fácil definir la inteligencia ni tampoco ajustar con precisión la construcción de un test a una definición previa. Definir la felicidad, aunque existe un creciente consenso, tampoco es fácil.
Medir la felicidad ha demostrado ser muy útil. Con la felicidad de una persona podemos anticipar si una persona presentará un mayor o menor rendimiento laboral, un mejor funcionamiento interpersonal, e incluso una mejor salud. Nos permiten comparar la felicidad de unos grupos humanos frente a otros. Podemos evaluar la felicidad relativa de vivir en una ciudad grande o pequeña, o en función de diferentes profesiones. Podemos evaluar si los más ricos son los más felices, o si, por el contrario, son más felices los que tienes más tiempo libre, o los que tienen más amigos. Podemos evaluar los niveles de felicidad de una organización; también podemos comprobar si un cambio en la política de recursos humanos mejora el bienestar de sus empleados.
Uno de los ejemplos más claros de la importancia creciente de la medición del bienestar es la importancia concedida por organismos internacionales como la OCDE o la ONU. Esta última organización ha demostrado que no sólo se puede evaluar el nivel de bienestar de un país, sino también monitorizar su evolución a lo largo del tiempo como se puede ver en sus informes anuales sobre la felicidad en el mundo. Por desgracia todavía se usa poco la felicidad, o el bienestar subjetivo como también se suele llamar, como una medida para evaluar las políticas públicas, ya que el PIB -el producto interior bruto- sigue siendo aún el indicador fundamental. Como informa la Comisión Europea, poco a poco esto va cambiando y son muchos los políticos y economistas, además de psicólogos, que recomiendan evaluar el bienestar. Como acertadamente dijo Robert Kennedy: “El PIB no mide ni nuestra inteligencia, ni nuestra virtud, ni nuestro coraje, ni nuestro aprendizaje, ni nuestra empatía. No mide la salud de nuestros hijos, ni la calidad de nuestra educación. No se preocupa por evaluar la calidad de nuestros debates políticos, ni la integridad de nuestros representantes. No tiene en cuenta nuestro valor, sabiduría o cultura. El PIB mide todo, excepto lo que hace que la vida merezca la pena”.
En resumen, medir la felicidad puede servir para conocer el estado general de una persona y también para conocer el estado general de todo un país. Medir la felicidad es por tanto, además de útil, increíblemente versátil.
AUTOR:
Gonzalo Hervás
Universidad Complutense de Madrid
Fundación Mapfre