La importancia de saber gestionar también las experiencias positivas
Menospreciar lo positivo y exagerar lo negativo, puede llevarnos a un ciclo de malestar continuo y de autoexigencias, tan perjudicial como desaconsejable.
Entre ignorar las emociones negativas y quedar atrapada en ellas, solo hay un pequeño paso.
Es por esta razón que, cuando comenzamos a alcanzar nuestras metas y sueños más esperamos, en ocasiones, una pequeña parte de nosotros siente la necesidad de no llamar la atención por miedo a que algo vaya mal para equilibrar nuestra buena suerte.
Aunque pueda parecer absurdo, según la psicóloga María Esclapez, es algo mucho más común de lo que pensamos.
Antes solía ocurrir lo contrario, admitir que estabas pasando por un mal momento era una locura y había que fingir que todo estaba bien.
Ahora, sin embargo, existe cierto temor a reconocer que estamos bien por miedo a parecer presuntuosos o arrogantes, aunque también sea una manera de mostrar empatía hacia quienes enfrentan dificultades.
Esclapez admite que se ha generado cierta superstición que nos lleva a pensar que, si experimentamos demasiada felicidad, algo negativo puede ocurrir.
Sin embargo, el verdadero riesgo radica en acostumbrarse a vivir en un estado de malestar continuo.
Cuando ocurre algo positivo, nos cuesta creerlo. No lo apreciamos porque vivimos en constante tensión.
Al fin y al cabo, así es como nuestra mente se protege: anticipar lo negativo para evitar la desilusión.
La especialista aclara que la incapacidad de celebrar los logros es un fenómeno común en personas que sufren de ansiedad o atraviesan situaciones emocionales difíciles.
Enfocar nuestra atención en lo que nos genera malestar tiene su lógica, ya que es un mecanismo que el cerebro utiliza para asegurar nuestra supervivencia.
Lo positivo es la tranquilidad cotidiana, mientras que lo negativo son esas dificultades que nos causan malestar y que requieren nuestra atención para poder resolverlas.
No es inusual que esto ocurra.
El problema surge cuando se transforma en un hábito y dejamos de lado lo positivo para enfocarnos en exceso en lo negativo, hasta llegar a exagerarlo, señala la psicóloga.
Ella advierte que la tendencia a dramatizar puede afectarnos tanto que se hace difícil encontrar soluciones a ciertas situaciones, ya que estas pasan a formar parte de un ciclo sin fin.
Cada vez que padecemos ansiedad, decimos: “No quiero sentir ansiedad”.
Sin embargo, es completamente natural experimentarla, ya que cumple una función vital en nuestro organismo y, de hecho, es beneficiosa.
Sin ansiedad, y sin un sistema nervioso que se reactive ante ciertos escenarios para generar ese aumento de estrés, nuestra supervivencia se vería comprometida.
El verdadero inconveniente aparece cuando la ansiedad nos domina.
¿Qué nos pasa cuando no apreciamos lo positivo?
Cuando no somos capaces de reconocer lo bueno que hay en nuestras vidas y nos enfocamos solamente en los aspectos negativos, tendemos a automatizar este tipo de pensamientos y a percibir el mundo de otra manera.
Esto no solo impacta en nuestra visión de las cosas, sino que también influye en nuestras relaciones, ya sean personales o profesionales.
Además, este tipo de comportamiento afecta a nuestra química cerebral.
Por ejemplo, niveles reducidos de serotonina, vinculados con la depresión, generan la sensación de que la vida carece de sentido.
No se trata de algo que elijamos, sino que nuestras funciones cerebrales nos impulsan de manera involuntaria hacia este estado.
Darse cuenta de esto es el primer paso para intentar impedirlo, aunque en ocasiones puede ser preciso acudir a terapia para salir de este círculo vicioso.
La psicóloga señala que no se trata simplemente de voluntad, sino de cómo nuestra química interna y los mecanismos cerebrales que se activan, pueden dificultarnos la percepción de la realidad, llevándonos a perdernos en nuestros propios pensamientos y en un enfoque catastrofista.
Es importante aprender a valorar nuestro bienestar y a apreciar los pequeños momentos.
Estas acciones son especialmente significativas para quienes han atravesado períodos difíciles.
Además, reconocer nuestros logros y darles el valor que merecen, nos ayuda a reducir esos niveles de autoexigencia perjudiciales que muchas veces están relacionados con el síndrome del impostor, tal como menciona Esclapez.
En conclusión, es fundamental aprender a manejar nuestras emociones para no centrarnos únicamente en las cosas negativas y, así, cuidar correctamente de nuestra salud mental.
“Cuando te permites lo que mereces, atraes lo que necesitas.“