¿Se puede ser feliz en la adversidad?
Cuando hablamos de adversidades nos referimos a acontecimientos negativos e intensos que requieren de un proceso de adaptación de nuestra parte. Esta definición nos da una primera clave importante, la importancia de la adaptación. Y también la primera forma de desviarnos del camino: si creemos que podemos seguir como siempre, con el piloto automático, será más fácil estrellarse porque retrasaremos cambios y reajustes que son esenciales para sobrevivir con éxito a esa etapa difícil.
Adaptarse incluye muchos retos, y algunos no son nada fáciles de lograr. Implica por ejemplo aprender a conjugar el verbo renunciar. O al menos priorizar o posponer. Implica ser más flexibles, más tolerantes con los demás, pero sobre todo, con nosotros mismos. Implica reconocer que no podemos solos, que necesitamos ayuda y que pedirla no dice nada malo de nosotros, sino todo lo contrario.
Adaptarnos se refiere también a la capacidad para absorber los golpes, y eso implica dejar salir el dolor, el malestar, todo aquello que emerge de nuestro interior sencillamente reflejando la magnitud de lo sucedido. Adaptarnos quiere decir también mantener a flote suficientes fuentes de gratificación aunque sean diferentes a las que teníamos. Reaprender a disfrutar de la vida en el nuevo contexto será una de las tareas más difíciles e importantes. Para lograrlo tendremos que agudizar el olfato y valorar lo pequeño. Descubriremos así importantes nichos ocultos de disfrute y satisfacción: El tesoro del agradecimiento, el poder de la ternura, la pasión de la esperanza, la sorpresa del asombro, el valor de la confidencia… Entre muchos otros.
Debemos reconocer algo obvio, que no se puede ser plenamente feliz justo después de una adversidad. Aceptar esa realidad nos ayudará. Confiar en que será temporal y que todo pasará, nos ayudará aún más. Pero podemos hacer mucho por nosotros mismos y por los demás. Y eso nos lleva a otro punto cardinal, el sentirnos orgullosos de nosotros mismos. Valorar nuestros esfuerzos en un momento de grave dificultad no es sólo un derecho, sino casi una obligación. A veces sencillamente haber conseguido pasar otro día sin abandonar se merece la más memorable de las medallas.
Al final, al mirar hacia atrás, podremos revisar y valorar lo que hemos hecho, o quizá la forma en la que lo hemos hecho, y descubramos que la vida, aun con todo, merece la pena. Y entonces nos sentiremos valiosos, y tomaremos conciencia de una forma particular de felicidad: la felicidad del sentido. Por sí sola quizá no sea la más agradable ni la más redonda, pero sí la más reconfortante.
AUTOR:
Gonzalo Hervás Torres
Profesor de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid
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