El estrés y sus complicaciones
Vivimos cada vez más rápido, eso es un hecho. Tanto que apenas aprovechamos los descansos naturales para desconectar la mente y relajarnos: Preferimos entrar en las redes sociales, hacer una compra, planificar algo, o contestar un email. A veces, nos sobrecargamos de proyectos o de actividades sin reflexionar lo suficiente, y otras son las circunstancias las que nos imponen un ritmo endiablado. El resultado es la sensación de sobrecarga, de insatisfacción, lo que solemos resumir como estrés. Cuando hablamos de estrés generalmente nos referimos a la percepción de desequilibrio entre las demandas de nuestro entorno personal o de trabajo, frente a los recursos con los que contamos para afrontar esas demandas. Por ejemplo, podemos sentir una respuesta de estrés cuando percibimos que tenemos una reunión muy importante con nuestro supervisor y, a la vez, somos conscientes de que no tenemos el tiempo suficiente para prepararnos o no tenemos las habilidades necesarias para desenvolvernos con soltura. Esta respuesta pone en marcha múltiples sistemas del organismo, desde los músculos, neurotransmisores y hormonas, hasta la atención y la memoria. La percepción de amenaza desencadena por tanto una respuesta automática. Se acelera el corazón y la circulación de la sangre, se moviliza la grasa y el azúcar para conseguir energía rápida, se preparan los músculos para la acción, etc. Una vez la respuesta al estrés se ha desencadenado, generalmente lleva algún tiempo hasta que el cuerpo se calma de nuevo. Pero, ¿y si antes de recuperar el equilibrio vuelve otro pensamiento que lo reactiva, recibimos otra mala noticia o algo sale mal? ¿Y si acostumbramos a nuestro sistema emocional a vivir en un estado crónico de estrés desde que nos despertamos hasta que nos acostamos?
Evolutivamente, la respuesta de estrés estaba diseñada para ser resuelta en un breve periodo de tiempo. Por ejemplo, los hombres en las cavernas sentían estrés cuando ocurría algún problema que amenazaba su existencia. El estrés no estaba diseñado para responder a dificultades crónicas de la vida, como los atascos para ir a trabajar o los problemas de pareja. La sobreexposición del sistema a la respuesta del estrés, algo habitual en nuestras vidas modernas, puede tener efectos físicos y psicológicos nocivos, como enfermedades del
corazón y depresión. Un evento estresante desencadena una cascada de hormonas, incluida la adrenalina y el cortisol.
El estrés siempre ha tenido muy mala prensa. Todo el mundo conoce los efectos perjudiciales del estrés a nivel físico y psicológico. Incluso se le ha denominado la “plaga o epidemia del siglo XXI”. El estrés se ha vinculado a seis problemas muy importantes (en concreto, accidentes, problemas cardiovasculares, cáncer, enfermedad hepática, dolencias pulmonares y suicidio). En el plano laboral, el estrés en gran parte responsable del absentismo laboral, del síndrome de estar quemado por el trabajo, del incremento en los gastos médicos por bajas y enfermedades, y de la pérdida de productividad.
El estrés también se ha relacionado con un mayor deterioro cognitivo, un mayor número de conflictos interpersonales, y mayor riesgo de
padecer depresión u otros trastornos mentales. Todos tenemos en mente que el estrés es perjudicial e incapacitante y, en consecuencia,
a menudo rechazamos la experiencia del estrés. Nos incomoda sentir estrés y, por tanto, huimos de esa experiencia emocional negativa. Con el tiempo, el ser humano se ha vuelto más intolerante a esta vivencia emocional. Sin embargo, no podemos olvidar que, a dosis moderadas, el estrés cumple con una función importante: nos protege y prepara para el futuro. Aunque resistirnos a la vivencia de emociones negativas a corto plazo puede suponer un alivio inmediato, a largo plazo puede tener importantes consecuencias a nivel físico y psicológico.
Algunas investigaciones destacan el importante rol que cumplen las creencias que tenemos sobre el estrés y sus consecuencias. Por
ejemplo, mientras algunas personas piensan que el estrés puede ser un facilitador para movilizar los recursos necesarios a la hora
de afrontar los retos cotidianos, otras personas creen que el estrés debilita y sienten que no cuentan con los recursos necesarios para
afrontar los estresores del día a día.
Un estudio reciente de Crum y colaboradores (2017) sugiere que estas creencias se relacionan con la producción hormonal, con la experiencia emocional, con sesgos de atención y con la flexibilidad cognitiva. En concreto, pensar que el estrés es un facilitador se relaciona con
una mejor ejecución de tareas cognitivas, mayor número de emociones positivas durante la realización de tareas estresantes, mayor apertura
a recibir retroalimentación sobre la ejecución, y mayor liberación de la hormona del crecimiento (hormona que tradicionalmente se ha asociado con la resiliencia psicológica y el estado de ánimo positivo). Aquellos que piensan que el estrés debilita muestran más sesgos hacia los eventos negativos, y tienen una mayor producción de cortisol.
Por tanto, parece que la manera en que nos orientamos al estrés puede influir en nuestras emociones y conductas. El estrés es una respuesta natural del organismo cuando está enfrentando una situación nueva, incierta o difícil.
Sentir estrés en alguna ocasión es inevitable, y es parte de la naturaleza humana ya que éste moviliza recursos para afrontar la demanda con
éxito y nos ayuda a identificar nuestras necesidades más primarias. Por ello, es importante cultivar una actitud de apertura ya que, como
hemos visto, la manera en que nos relacionamos con el estrés puede complicarnos las cosas aún más, impactando enormemente en nuestro
rendimiento y agudizando nuestra experiencia emocional ante los eventos difíciles.
AUTOR:
Covadonga Chaves
Universidad Complutense de Madrid