Decálogo contra las prisas

Todos hemos experimentado muchas veces que la prisa contribuye a que estemos nerviosos, acelerados, ansiosos, precipitados debido a las ganas de terminar lo que quiera que hagamos en ese momento. Además, la prisa nos tiene otros efectos negativos como que nos relacionemos desde la queja y el grito, que repitamos en exceso, que digamos cosas que luego lamentamos y que tomemos decisiones con las que no estamos de acuerdo solo por llegar a tiempo.

Y es que en nuestra sociedad el culto a la prisa que la caracteriza ha adquirido proporciones de auténtica plaga. En 1982 el médico estadounidense Larry Dossey acuñó el concepto de “enfermedad del tiempo” para designar la angustia moderna de sentir que el tiempo se escapa y que hay que perseguirlo para aprovecharlo.

En ese sentido, la sociedad en la que vivimos nos obliga a estar en continuo movimiento, embarcados en muchas actividades (a veces al mismo tiempo). El detenerse está mal visto y hasta crea sentimientos de culpabilidad. Otro efecto psicológico de este vivir acelerado es la cantidad de agresividad soterrada que produce pues se reacciona con ira y rabia contra todo aquello que nos entretiene, que nos distrae de nuestros objetivos.

Como dice Carl Honore en “Elogio de la lentitud”, filosóficamente hablando, “rápido equivale a atareado, controlador, agresivo, apresurado, analítico, estresado, superficial, impaciente y activo; es decir, la cantidad prima sobre la calidad. Lento es lo contrario: sereno, cuidadoso, receptivo, silencioso, intuitivo, pausado, paciente y reflexivo; en este caso, la calidad prima sobre la cantidad”.

En cualquier caso, lento no implica en ningún caso inmovilidad, apatía o pereza, sino que se trata de ser diligente y eficaz manteniendo un marco mental lento, una lentitud interior. En el fondo el objetivo sería encontrar el equilibrio para decidir actuar rápido cuando la situación lo requiere y lento cuando sea más conveniente.

Respecto a la familia este estilo de vida conduce a la incomunicación y la pérdida de los lazos afectivos. Y los que más sufren esta situación suele ser los niños a los que no sólo los progenitores no les dedican tiempo, sino que ellos mismos son cargados con una apretada agenda de actividades extraescolares teniendo encima menor capacidad de adaptación al sobreesfuerzo, el estrés o la falta de sueño.

Desde el punto de vista del mundo laboral la aceleración provoca que los trabajadores se quemen tanto psicológicamente como físicamente y que el resto de su vida se resienta y surjan las enfermedades asociadas al estrés.

En lo que atañe al ejercicio físico las prisas aumentan las lesiones pues se busca conseguir resultados demasiado rápido y demasiado pronto.

Por último, desde el punto de vista del sueño, este estilo de vida provoca que se duerma poco y mal por la tensión acumulada y el exceso de tareas. Lo cual tiene como consecuencia que se rinda menos (aunque se corra) y que se provoquen accidentes.

Es por todo ello que queremos aportar en este artículo un decálogo para mantener a raya la prisa y que seamos nosotros los que la controlamos no al revés.

Decálogo contra las prisas

PRIMERO: Con independencia de la sensación de vértigo que sientas, trata a tu interlocutor con respeto en cada momento, cada situación, cada coyuntura. No hay excusa ni justificaciones para un empujón, un tortazo o un insulto para que tu interlocutor se acelere.

SEGUNDO: No hagas caso a los medios de comunicación que nos venden mundos ideales. No hay tiempo para todo. Prioriza, prioriza y vuelve a priorizar. Es importante que valores el descanso, los periodos sin actividades organizadas y, por supuesto, el disfrutar de dedicarte tiempo a ti.

TERCERO: No somos esclavos del tiempo; por el contrario, tenemos más poder sobre él del que nos creemos. Eres tú el que debe decidir qué hacer con él.

CUARTO: ¿Qué pasaría si no fueras como un cohete? Seguro que recuerdas este dicho popular: “vísteme despacio que tengo prisa”. Hay ocasiones en el que acelerarse conduce a cometer errores. En esos momentos lo más útil y sabio es parar, respirar hondo y replantearse la situación. Hacer eso no es un tiempo perdido, es un tiempo ganado porque aumentara nuestra eficacia y productividad.

QUINTO: Sé, ante todo, práctico: es lo que más tiempo ahorra. Revisa tu vida y despréndete de todas esas cosas que haces por rutina, porque quedar bien o por el qué dirán. Quédate con lo que realmente sea importante para ti y para los tuyos. Eso también incluye una buena gestión de tus pertenencias para que no te roben demasiado tiempo como propone Marie Kondo en “La magia del orden”.

SEXTO: Descubre cuando es el momento de parar. A veces es más útil hacer una pausa para descansar y reflexionar que seguir corriendo “como pollo sin cabeza”. Y es que, como alguna vez le hemos escuchado al experto en psicología positiva y gestión emocional Víctor Küppers, “quien para, repara”.

SÉPTIMO:  Sé consciente que la concepción del tiempo es un invento cultural que varía según las zonas y las épocas. Así cada país tiene un concepto distinto del mismo. Hay algunos que son más relajados y flexibles con el tiempo (¿mediterráneos, latinos?) y otros, en cambio, más rigurosos y exigentes con el cumplimiento de tiempos y plazos (¿alemanes, japoneses?). La moraleja que podemos sacar es que si estuviésemos en otro país, otra cultura u otra época todo sería diferente. Ten esto presente para relativizar tu vivencia del tiempo y buscar tu ritmo tratando de hacerlo como te gustaría, dentro de los límites que te impone la sociedad en la que estás.

OCTAVO: ¿Caes siempre en los mismos errores en tu gestión del tiempo? Pues entonces busca soluciones: programa alarmas, deja cosas preparadas de antemano, pon el despertador antes, haz la compra on line, delega y relega.

NOVENO: Ríete hasta de tu sombra. Si te vieras desde fuera con esa cara crispada, pensando que por perder esos 2 minutos se va a acabar el mundo, tú también te reirías.

DÉCIMO: Adquiere hábitos saludables y lentos; baila, camina, practica yoga, mindfulness, meditación, tai chi o técnicas corporales de gestión de estrés. Todas estas disciplinas constituyen un remanso de paz para tu cuerpo y para tu mente que te nutrirán y te harán vivir con mejor calidad de vida.

¿Seguro que quieres vivir corriendo continuamente? ¿O quieres vivir en otros momentos la sensación de equilibrio y serenidad? Tú decides