¿Es el contacto con la naturaleza beneficioso para el bienestar?

Puede parecer que el ser humano está perdiendo su conexión e interés por la naturaleza. El crecimiento de las ciudades en las últimas décadas ha favorecido esta pérdida del vínculo primario con lo natural. Sin embargo, no podemos olvidar que la existencia humana ha estado conectada a la naturaleza desde sus orígenes y que, por tanto, promover el contacto con los espacios verdes es un factor fundamental para nuestro bienestar físico y mental. 

Algunos estudios han mostrado experimentalmente los enormes beneficios de interactuar con la naturaleza. Por ejemplo, un estudio reciente encontró que mudarse a áreas con más árboles y vegetación genera una mejoría inmediata y sostenida de la salud mental. Pasear por un parque o contemplar la naturaleza ayuda a combatir el estrés, a estar más activos y vitales y, en general, a estar más felices. La naturaleza nos permite cultivar emociones positivas, como la gratitud, la serenidad e, incluso, algunas tan poco frecuentes como el asombro. Aunque es posible que los adultos perdamos con los años la capacidad de asombrarnos, es fácil experimentar de nuevo esta emoción cuando nos maravillamos observando una puesta de sol o un paisaje natural imponente. O cuando descubrimos por primera vez un paraje natural fascinante. Sentir asombro es fundamental pues permite expandir nuestras creencias sobre el mundo y sobre los alcances del potencial humano. Las investigaciones sugieren que experimentar asombro mejora la satisfacción con la vida, nos hace sentir inspirados y más creativos. 

La naturaleza no sólo tiene efectos positivos sobre nuestra salud mental. También se ha observado un impacto beneficioso sobre la salud física. En un estudio con enfermos ingresados en hospitales observaron que las personas en habitaciones con vistas a un espacio con árboles o a un entorno verde se recuperaban más rápido que aquellos hospitalizados en habitaciones con vistas a un muro o a otro edificio.  

El contacto con la naturaleza es especialmente beneficioso en el caso de los niños. Llama la atención un estudio realizado por la Universidad de Harvard, empleando imágenes de satélite para calcular lo que se conoce como el Índice de Vegetación. Este índice es esencialmente una medida que refleja la densidad de la vegetación de un área. Los investigadores relacionaron este indicador con los resultados en diferentes pruebas estandarizadas de 900 escuelas primarias de Massachusetts. Los resultados fueron sorprendentes. Los investigadores encontraron que, a mayor número de árboles de las zonas cercanas a las escuelas, mejor rendimiento académico de los estudiantes en asignaturas como lengua o matemáticas. En otro estudio realizado en Barcelona con una muestra de más de 2,500 niños en edad escolar se encontraron hallazgos similares. Los investigadores concluyeron que la cantidad de zonas verdes alrededor de las casas y colegios de estos niños se relacionaba positivamente con su capacidad de atención y de memoria, independientemente del nivel socioeconómico u otras variables. Estos resultados son reveladores. Los espacios verdes reducen el ruido de la ciudad y el estrés al tiempo que aumentan las posibilidades de realizar ejercicio físico. Además, incluir espacios verdes en los centros educativos puede favorecer el rendimiento académico, las capacidades cognitivas y el ejercicio físico de los estudiantes. 

Algunas empresas ya incorporan estas ideas, diseñando organizaciones con espacios verdes o favoreciendo el cuidado de la naturaleza a través de medidas ecológicas. Algunas compañías han puesto en marcha los conocidos “walking meetings”, o reuniones mientras se camina. Esta propuesta supone una alternativa a las largas reuniones convencionales para prevenir así el sedentarismo y promover el contacto con ambientes naturales y soleados. Además, este tipo de reuniones favorecen la innovación y la generación de ideas creativas en un ambiente más relajado para así encontrar soluciones a los conflictos con mayor rapidez y eficacia. 

La naturaleza nos ofrece la oportunidad de contemplar la vida con atención plena. Una buena manera de ejercitar nuestra capacidad de atención plena podría ser observando cuidadosa y detenidamente un árbol o simplemente la hoja de una planta. Observar sus colores, las distintas tonalidades de verde, la incidencia de los rayos de luz sobre su superficie, su vaivén por el viento,… Este ejercicio nos permite disfrutar plenamente de nuestro entorno, apreciar la importancia de los pequeños momentos y a valorar la importancia de sentirnos conectados con el mundo en el que vivimos. 

AUTOR:

Covadonga Chaves 

Universidad Complutense de Madrid